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MIS PRIMEROS 40 AÑOS CON LOS AUTOMOVILES
Por: Hugo Semperena

Capítulo 3

CONTACTO DIRECTO

A fines de 1963, se produce un hecho que me iba a marcar definitivamente en este amor apasionado con los fierros.

Mi padre, junto con mi tío Eusebio (el del Mercedes) y con Santiago (el del Volvo), deciden instalar una Estación de Servicio Isaura (marca hasta ese entonces no tan reconocida) en Venado Tuerto.

Esto implicó mudarnos a dicha ciudad, en la cual viví durante 4 años, hasta fines de 1967.

Yo iba a cumplir 6 años, y comenzar 1º Grado.

Venado Tuerto siempre fue una ciudad relacionada con los deportes.

Desde aquel gran equipo de Polo llamado justamente "Venado Tuerto", comandado por el recordado Roberto Cavanagh en aquellos duelos épicos con "El Trébol" de los Menditeguy y Duggan, hasta los tiempos actuales del Básquetbol de Olimpia con sus logros nacionales e internacionales.

Pero el automovilismo, y en especial el T.C., siempre ha sido un icono para Venado.

Nombres de la talla de Carlos Garbarino, Roberto Matassi, Guillermo Marenghini, Marcos Ciani, Raimundo Caparrós, el "Cholo" Larrea, los hermanos Bozzone, y más recientemente Edgardo "Valdi" Caparrós y el desaparecido Petrich, han hecho conocer el nombre de Venado Tuerto en todo el país.

Además, Venado Tuerto (a través del Club Jorge Newbery) fue la ciudad organizadora de la Vuelta de Santa Fe, competencia clave del calendario de T.C. de las décadas del 50 y 60.

A principios de 1964, don Pepe Elicabe -una persona que con el tiempo confirmó su pasión por los fierros en todas sus manifestaciones-, con el objeto de difundir la marca Isaura por todo el país, crea el "Equipo Isaura", que en realidad consistía en el patrocinio principal de nada menos que Juan Manuel Bordeu y la "Coloradita", Eduardo Casá y su "Tractor", y Jorge Cupeiro con el "Chevitú" de Pepe González (en 1966 se agregó Oscar Cabalén con el Falcon y el Mustang, y otros pilotos).

Entre paréntesis, de la Coloradita les cuento un dato que tal vez muchos no conocen: el casco de la coloradita era propiedad de Marcos Ciani, quien lo estaba comenzando a preparar para reemplazar a la antigua cupé amarilla y azul (el recordado "sapito"), y finalmente deja de lado cuando decide armar el Dodge.

Es ahí cuando Juan Manuel Fangio, de paso por Venado para saludar a Marcos, lo ve e inmediatamente lo compra. Luego será su hermano Toto el que lo prepare para el recordado "Maneco", quien retornaba al país luego de su experiencia en distintas pistas de Europa.

Esos 4 años en Venado significaron para mi familia un seguimiento total del T.C.

En mi caso particular, siguiendo las campañas de Marcos Ciani (ídolo local), y de Juan Manuel Bordeu (al cual adopté como ídolo dentro de la pista y que, una vez retirado de las carreras pero vinculado al mundo de los fierros, tomé como referente por su noble condición humana, y conocimiento del automovilismo).

 

Este seguimiento consistió en concurrir a muchas carreras (o mejor llamadas "vueltas"), y en otros casos, pegarse a la "Spica" los domingos por la mañana con Carburando, y estar pendiente de la voz de Gagliardi diciendo "llamando el avión, llamando el avión".

Arrecifes, Salto, Junín, Hugues, Firmat, Rufino y por supuesto la Vuelta de Santa Fe.

Esta carrera significaba para Venado una verdadera revolución. La ciudad totalmente desbordada desde varios días antes, ya sea por mecánicos, los mismos pilotos, periodistas, y por aficionados desde distintas partes del país.

En nuestro caso, era común (y de alguna manera significaba una cuestión de Marketing) que los pilotos "oficiales" de Isaura Bordeu, Casá y Cupeiro estuvieran en nuestra Estación de Servicio el viernes y sábado previo, incluso con el auto de carrera, saludando, fotografiándose y firmando autógrafos.

Imagínense, para mí era como tenerlos en mi casa, ya que además vivíamos enfrente de la Isaura.

Ahora, nunca tan en mi casa como lo que les cuento a continuación.

Vuelta de Santa Fe de 1966. Ultimo año del T.C. con las "cupecitas" como silueta mayoritaria.

Venado totalmente abarrotado. Sábado por la tarde, aparece por la Isaura el "Kenny" Solián, un excelente piloto y mecánico local amigo de mi familia (entre paréntesis el único Campeón Argentino de automovilismo que dio Venado: Campeón de Ford T en el año 1957), acompañado por un "muchachito" medio desgarbado, con un flequillo juvenil, buscando donde pasar la noche, ya que no había logrado obtener alojamiento dentro de la hotelería disponible.

Mi padre se ofrece a cederle una habitación de mi casa (que casualmente era mi pieza) a este muchachito llamado... Luis Rubén Di Palma, quien por entonces ya sabía de la gloria del triunfo (Arrecifes 1965) pero todavía no tenía la categoría de Idolo que luego adquirió.

Bueno, este acontecimiento para mí fue lo máximo. Recuerdo que invitamos a cenar a Luis, pero gentilmente rechazó la invitación, ya que prefería hacerlo con sus mecánicos en el taller donde estaba el auto, pero convinimos que al día siguiente todos en casa madrugaríamos. Nosotros para ver la carrera, y él para ir a correrla.

El asunto se complicó ya que al llegar a casa nos encontramos que había venido de Buenos Aires a ver la carrera mi tío Antonio con mi tía, y un matrimonio vecino.

De alguna manera había que acomodarse, además ya nos habíamos comprometido con Di Palma. Conclusión: las mujeres (3) durmieron en la cama matrimonial de mis padres, y los varones (5 con Luis) dormimos en una pieza, como pudimos. Eso sí: la mejor cama, obviamente la mía, la usó Luis Di Palma.

Del día siguiente recuerdo que Luis desayunó con nosotros una taza de café con una porción de torta (mi madre siempre recuerda que él le preguntó si la torta tenía licor. Al ser la respuesta negativa aceptó una porción).

Luego lo llevamos al taller del "Kenny" para conocer de cerca su auto, y ni siquiera prestamos atención del otro auto de carrera que estaba también en el mismo taller.

Era el Chevrolet-Tornado Nº 13 de César Malnatti, que casualmente resultó luego ser el ganador de la carrera (primera victoria del recordado "Buchón" y creo también primera victoria en T.C. del motor Tornado que al año siguiente iba a equipar a los Torino).

Estos son los recuerdos más salientes de estos 4 años en Venado entre los autos de carrera, en especial relacionados con el T.C.

Sin embargo, tengo otra anécdota y un recuerdo vivo que quiero compartir.

Se trata del Gran Premio Internacional de Turismo de 1967.

Me acuerdo que esa carrera la seguí por radio, en particular la actuación de Juan Manuel Bordeu con la Lancia Fulvia Oficial. Además, porque pasaron por Venado, y estuve al costado de la ruta viéndolos y admirándolos.

Pero lo más curioso de esta carrera, tuvo como "mentor" una vez más a mi tío Eusebio (el del Mercedes).

Recuerdo que una tarde (creo que una vez ya terminada la carrera), apareció por mi casa manejando un aparato muy estrafalario, con patente muy extraña, mezcla de buggy, jeep guerrero, y anfibio y me llevó a dar un paseo por Venado.

Se trataba del Auxilio Oficial del polaco Sovieslaw Sazada, quien como recordarán fue la gran estrella de ese Gran Premio, dominándolo con su Porsche 911, y lo recuerdo como algo muy parecido (o tal vez igual) a aquellos vehículos todo terreno construidos por Volkswagen para la Segunda Guerra.

Nunca voy a saber como es que llegó a las manos de mi tío. Pero nunca me voy a olvidar lo que fue ese paseo a velocidad "alegre", y en semejante aparato.

Como podrán ver, la influencia de las carreras de T.C. en esos años, fue para mí muy grande.

Para ello contribuían una serie de factores, que hacían a uno estar más pendiente de este tipo de actividades, como por ejemplo, la carencia de la televisión, la cual aún no llegaba a Venado, la inexistencia de videojuegos, computadoras, radio control, etc.

Esto también se traducía a la hora de los juegos, los cuales tenían la gracia de ser casi todos juegos colectivos; esto es entre todos los chicos del barrio, y utilizando terrenos baldíos, nuestras propias casas, la vereda y a veces la misma calle.

A los clásicos juegos de "la pelota", "los cow-boys versus los indios", "la escondida", el barrilete, se sumaba otro bastante original: las carreras de autitos.

Estas carreras tenían 2 variantes, pero siempre sobre la misma filosofía: los autitos eran totalmente artesanales, construidos por nosotros mismos. Les cuento cada una de estas variantes.

La primera variante consistía en una reproducción de autos de T.C., construidos sobre base y laterales de madera de aproximadamente 30 cm. de largo y 1 cm. de espesor. Estos laterales trataban de copiar la forma de las cupecitas, cortados por supuesto a serrucho o sierra, o en algún caso prolijamente delineado gracias a algún carpintero amigo o familiar. El capot, techo, baúl y guardabarros eran de hojalata, que rescatábamos de latas de aceite de 1 ó 4 litros, e iban clavados a la madera con clavos muy pequeños.

Para las ruedas, utilizábamos ramas grandes lo más redondas posible, cortadas en "rodajas" de más o menos 2 cm. de espesor, las cuales eran agujereadas a fuego en el centro, y clavadas a unas varillitas de madera (los ejes).

Estas varillitas iban fijadas al "chasis" (la base) por medio de hojas de "zuncho" o fleje de acero rescatado de cajones de manzana, creando un efecto de amortiguación que hacía el andar del auto muy mullido.

Por supuesto, el eje delantero iba clavado al centro, para permitir que el auto doblara.

La tracción de este auto la hacíamos nosotros mismos, corriendo delante de él y tirándolo atado con un hilo grueso a los extremos del eje delantero.

Por supuesto, el acabado final del auto era pintarlo con los colores de nuestros favoritos. En mi caso, de impecable "coloradito", con adhesivos de Isaura y Celinoil (el aceite de Isaura) tal como lucía el Chivo de Bordeu. Incluso, había colocado en la trompa una planchuelita acanalada que simulaba la máscara del radiador.

La carrera consistía en 1 ó 2 vueltas... a la manzana, lo cual requería de un buen estado físico, ya que se hacía corriendo, y de un cuidadoso llevar del auto, debido a las imperfecciones del terreno (solo en algunas veredas había baldosas parejas, en su mayoría eran de ladrillo, o simplemente tierra).

Obviamente estas carreras eran muy exigentes, y era muy común perder alguna parte del auto (en general ruedas), o perder la estabilidad y caer al piso, ya que había que correr hacia delante, pero al mismo tiempo mirar hacia atrás para guiar el autito.

Recuerdo que para una de estas carreras (que gané), habíamos instituido como premio un banderín del Club Jorge Newbery alusivo a la Vuelta de Santa Fe de ese año. Llegué con una sola rueda, pero la "bandera a cuadros" la crucé en el primer puesto. Inolvidable.

La otra variante no requería tanto esfuerzo físico, pero sí una gran precisión y destreza manual.

En este caso los autitos eran pequeños, de unos 10 cm. de largo, de plástico blando, que comprábamos en quioscos y librerías.

Una vez comprados pasaban al "desguace" general, y su preparación.

Se le quitaban las rueditas plásticas, se hacían nuevos agujeros para pasar los ejes, se recortaba la trompa y la cola, y ahí comenzaba la artesanía.

Para que el auto tuviera peso y poder darle dirección al correr, rellenábamos la cabina con plomo. Este metal se obtenía de caños, cubre clavos de techos de chapa, etc., que nosotros nos encargábamos de fundir un nuestra cocina doméstica.

Una vez líquido (obviamente hirviente), y para lograr la forma del auto, lo volcábamos en unos hoyos hechos sobre ladrillos (generalmente del patio de nuestras casas) los cuales repetían la forma del auto, y que previamente habíamos cavado a cuchara y formón.

Cuando el metal estaba sólido y frío, lo fijábamos a la carrocería con un tornillo y tuerca.

Para las ruedas, otra particularidad. Las delanteras, las hacíamos de cámara de auto o bicicleta, cortadas a mano y de un diámetro de 7/8 cm. Cada rueda llevaba 4 ó 5 de estas gomitas, las cuales eran adheridas y afirmadas por medio de tapitas de frascos de medicamento (esas gomitas con forma de hongo).

Las ruedas traseras eran directamente estas gomitas, que conseguíamos en las farmacias de descarte de aplicar inyecciones, y que nosotros llamábamos "penicilinas".

Los ejes, eran rayos de bicicleta que obteníamos del bicicletero del barrio, los cuales por su dureza y largo, eran los ideales para este tipo de aparatitos.

Una vez armado, el autito quedaba muy parado de adelante, pero con una gran dureza y velocidad final que le imprimíamos tirándolo con la mano y tratando de que no caiga a una zanja o se saliera de la "pista", ya que de ser así volvía al lugar.

En estos casos el recorrido era el largo de una cuadra, a lo sumo ida y vuelta, y nos pasábamos días enteros corriendo. En caso de haber hecho una mala performance, al día siguiente reparábamos y tratábamos de potenciar para funcionar mejor. Qué recuerdos...

 


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