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MIS PRIMEROS 40 AÑOS CON LOS AUTOMOVILES
Por: Hugo Semperena

Capítulo 4

VIAJES INOLVIDABLES

De esos años en Venado adquirí mis primeros conocimientos sobre las distintas marcas y modelos de autos, en especial de los '30, '40, y '50.

Por ejemplo, aprender a diferenciar los distintos modelos de Ford y Chevrolet de esos años, según la máscara del radiador, distinguir los Buick de los Pontiac y Oldsmobile. También recuerdo algunas "perlitas" modernas por esos años que recorrían el pueblo, como ser el Renault Gordini 2 colores con llantas cromadas de Aldasoro, y la flamante cupé Fiat 1500 de Bonadeo.

Por otra parte, y como complemento de la Estación de Servicio, mi padre y mi tío compraban y vendían autos, y además recibían otros en consignación para la venta.

Recuerdo que por sus manos pasaron autos tales como Fiat 1930, Packard 1929, Buick 1947, Ansaldo 1927, Ford, Chevrolet y Dodge varios, autos éstos muy comunes para esa época, y que circulaban por las calles de Venado en forma permanente.

Aquí es donde viene otro recuerdo imborrable.

Dos o tres veces al año veníamos con mis padres a Buenos Aires, a visitar familiares, pasar alguna de las fiestas de fin de año, etc.

Como no teníamos auto propio, por lo general usábamos alguno de estos autos para la venta.

Debo admitir que mi padre (que nunca fue un gran conocedor de mecánica) era muy audaz, ya que los "autos" que utilizamos para estos viajes eran de lo más inverosímiles: Chevrolet 1930, Rugby 1928 hecho "chatita" con capota de lona, Chevrolet cupé 1938, Chevrolet 1939 sedan, Ford 1939 sedan 4 puertas, Packard limousine 7 asientos 1929.

Mi tío Eusebio era el que se encargaba de preparar los autos para estos viajes, y debo admitir que nunca tuvimos ni el menor problema para llegar a destino. Eso sí, algunos viajes (recordar que la distancia Venado-Buenos Aires es de solamente 367 Km) nos tomaban 12 horas o más.

Recuerdo ocasiones en que algún venadense que nos pasaba a la mañana, y que luego de haber hecho sus trámites en la capital, nos cruzaba de regreso cuando todavía estábamos yendo, ya que el auto de turno no daba más de 40/50 Km de máxima.

El equipamiento básico consistía en muy pocas herramientas, alambre, y varios bidones de agua, los cuales casi siempre debíamos reponer durante el viaje, aún golpeando en alguna tranquera de estancia al costado de la ruta.

Las palabras típicas de Eusebio a mi padre eran: "vos ponelo a 50km., tirate a la derecha y dale nomás, que vas a llegar y no vas a tener ningún problema".

Y llegaba. Siempre.

Sin embargo, a veces el tiempo nos jugaba alguna mala pasada.

Recuerdo que un viaje con una "chatita" Rugby, lo hicimos bajo un diluvio de aquellos, y el vehículo carecía de vidrios laterales, cortinas, o lo que fuera.

La cuestión es que "afuera llovía y adentro también", y cómo. Tuvimos que improvisar con unos trozos de nylon para evitar la entrada de agua, lo cual creaba un inconveniente adicional, ya que mi padre debía asomar la cabeza por fuera de la ventana, ya que... tampoco funcionaba el limpiaparabrisas!

Y encima, al tener el volante a la derecha, se dificultaba aún mas la conducción.

Realmente era toda una aventura.

En cambio el Packard era una delicia. Recuerdo que tenía entre otras cosas vidrio divisorio entre el conductor y el resto, micrófono con teléfono, traspontines, ruedas de rayo, y la típica tapa de radiador Packard con el aro metálico apretando a presión la tapa.

Con ese auto hicimos 3 viajes a Buenos Aires, y mi tío otros viajes a distintas partes. Era un poco el auto de la familia, y tardamos casi 2 años en venderlo. En él viajábamos a 70/75 Km, y tenía un andar suave, silencioso, y muy cómodo.

Recuerdo que en uno de esos viajes lo habíamos pintado tipo Taxi (negro con techo amarillo), ya que para esa época se había estrenado una película llamada "El Rolls Royce Amarillo", en donde el "RR" estaba pintado justo con esa combinación de colores.

Cuarta Reflexión: Que habrá sido del Ansaldo, del Packard, del Buick, del Fiat...

Para culminar este capítulo, dos recuerdos imborrables de vacaciones.

Verano de 1965. Vacaciones en Córdoba. Carlos Paz, para ser más exactos.

Habíamos programado ir con mi tío Eusebio y familia (esposa y 2 hijos, entre paréntesis mis 2 primos favoritos Graciela y Jorge, que con el tiempo estarían también relacionados a los fierros).

Para hacer este viaje necesitábamos contar con un auto mejor que lo que había disponible.

Mi tío entonces pidió prestado a su amigo el "Kenny" Solián su auto particular (se dan cuenta lo que es -o era- el desinterés y la confianza en los pueblos por ese entonces).

Se trataba de un Chevrolet 1947 sedan 4 puertas de impecable verde oscuro.

Solián, como buen mecánico, tenía este "chivo" como un verdadero "Stradivarius", y era una maravilla trepar el Dique los Molinos, Alta Gracia y el Valle de Punilla.

Recuerdo el zumbido suave del motor 6 cilindros, al tirar 2º y 3º ascendente y descendente por las sinuosidades cordobesas. Hay que considerar que Eusebio al volante era (y todavía es) un excelente conductor, sumamente prudente y respetuoso del medio mecánico que tiene a su mando.

De este viaje recuerdo además del Chevrolet y de pasarla de maravillas con mis primos, un almuerzo en Embalse un día de lluvia donde el menú era... ranas a la provenzal.

El otro recuerdo imborrable tiene como protagonista nuevamente a Ricardo (el del S.C.A.T.).

De este gran personaje, debo ahondar un poco en su currículum y decir que ha sido siempre un apasionado de la mecánica, dotado de una intuición, una voluntad y un espíritu de aventura sin igual.

Miembro del Grupo Antártico del Ejército Argentino. Participante de varias expediciones a la Antártida, entre ellas secundando al entonces Coronel Leal en la "Operación 90" que en Diciembre de 1965 llegó al Polo Sur con los Snow-Cat (uno de ellos llamado precisamente Venado Tuerto en su homenaje) y trineos con perros.

Varios años después (ya retirado del ejército), escaló el Aconcagua, entre otras muchas aventuras.

Verano de 1967. Combinamos ir de vacaciones con Ricardo y familia (esposa e hijo de mi edad, por entonces casi 9 años) a San Carlos de Bariloche. Un viaje de por sí difícil por aquellos tiempos, más adecuado para hacerlo en los cómodos y promocionados "camellos" de Chevallier, o bien en tren con camarote, o en todo caso en alguna pick-up F100 doble cabina.

El auto de Ricardo por esos días era un modesto pero noble y robusto Fiat 1100 modelo 1963 azul marino, color típico de esos años con relucientes bandas blancas muy a tono para la época.

El "millecento" no solo cargó a las 6 personas (cuatro mayores y dos niños). Soportó un porta equipajes repleto de valijas, y como si esto fuera poco, llevaba a remolque un acoplado/carpa que al abrirse permitía "alojarnos" a todos, ya que contaba con 4 camas y 2 cuchetas.

Díganme entonces si no se trataba de una verdadera aventura.

Hay que recordar que por aquellos tiempos, el asfalto finalizaba en Neuquén. Luego comenzaba el ripio, y por otra parte el cruce del Río Limay se hacía en balsa, con lo cual había que descender hasta la vera del río para subir a la balsa, y luego ascender hasta el nivel de la ruta. Esto implicaba que debíamos descender del auto, bajar todo el equipaje ya que el Fiat no podía trepar semejante cuesta con toda la carga más el acoplado.

Esta travesía la viví como copiloto de lujo, ya que fui todo el viaje adelante en el medio y me empapé de manejo (creo que Ricardo Jr. nunca me perdonó que yo le ocupara el puesto delantero con los varones en el auto de su padre), fue el trabajo de Ricardo en los grandes desniveles que hay desde El Chocón hasta casi llegar a Bariloche. Recuerdo que en las bajadas el Fiat llegaba a casi 100 Km, mientras que al comenzar la subida comenzaban los rebajes: de 4º a 3º, de 3º a 2º, y por último de 2º a 1º casi en la cima de la loma, con el Fiat llegando con el último "aliento".

Treinta años después tuve la oportunidad de hacer el mismo viaje, pero cómodamente instalado en un Peugeot 504 casi nuevo con aire acondicionado, y con todo el trayecto asfaltado, y realmente ahí valoré el carácter de epopeya y aventura de ese viaje en el 1100.

Creo que únicamente un volante como Ricardo podía hacer posible este viaje, tanto en lo que respecta a su espíritu de aventura como en aprovechar al máximo las posibilidades del medio mecánico a su disposición.

Como recuerdo del mismo han quedado unas viejas fotos en blanco y negro, y una rudimentaria filmación en "Super 8" que hiciera Ricardo, las cuales fueron con el tiempo convertidas a Video.

También es de destacar la increíble nobleza y aguante del Fiat 1100, modelo con el que desde ese momento comencé un inconsciente romance que culminaría felizmente muchos años después. Pero ese es otro capítulo.

TRANSICION

A fines de 1967, se vende la Isaura, con lo cual mi padre decide el retorno a Buenos Aires, en realidad para montar junto con mi tío Eusebio, Santiago y otros socios más, una moderna Estación de Servicio Isaura en el corazón de La Lucila sobre Avenida del Libertador al 13100, la cual sería un poco la "boca piloto" de la marca (en la actualidad EG3), contando con túnel de lavado automático, entre otros avances.

La gestión en Venado había sido muy exitosa y don Elicabe los motivó y ayudó a crecer y justamente en Buenos Aires.

Esta Isaura (que explotaron durante algo más de 1 año), tuvo clientes ilustres, en especial del mundo del espectáculo, los cuales la adoptaron debido a su proximidad y buena atención.

Figuras como Luis Sandrini (que solía venir en su Rolls Royce), Angel Magaña, Silvia Legrand, y algunos otros.

Además, esta Estación se utilizó a fines de 1968 como promoción para descubrir al ganador de un concurso realizado durante la Exposición Rural de ese año. Recuerdo que esa noche el evento contó con cámaras de noticieros, la presencia de figuras del automovilismo deportivo, periodistas, pero en especial recuerdo el arribo de Don Pepe Elicabe con su Mercedes Benz Pagoda (creo que una 250 SL) impecable.

Sin embargo, el retorno a Buenos Aires significó para mí perder el contacto directo con el T.C., y el automovilismo en general.

Vinimos a vivir a un departamento en Caballito, que obviamente no era el barrio de Venado. Ya no estaban los amigos, desaparecieron los juegos callejeros, y un poco esta etapa coincide con la transición que por esos años (de 1968 a 1970) sufrió el automovilismo deportivo en Argentina, cambiando de la bohemia del T.C. y sus cupecitas, al ámbito de los equipos oficiales, los autos de carrera compactos, el incremento de carreras en autódromo.

Con relación a los juegos, ya no estaban aquellos autitos artesanales, que tanto esmero y dedicación nos llevaba. En cambio, había delicados modelos "de colección", entre otras variantes.

A fines de 1968, y con motivo de mi Primera Comunión, recibí de regalo mi primer autito "de colección". Se trataba de la famosísima serie Matchbox (quién no ha tenido uno de ellos!), y era una Cupé Mercedes Benz 220 SL color celeste metalizado, al que se le abrían las dos puertas y el baúl.

Ahí comencé (en especial gracias a la "ayuda" de mi tía Eva) a coleccionarlos. Llegué a tener casi 40 de ellos, los cuales cuidadosamente guardaba en sus cajitas azules y amarillas cuando no utilizaba. El juego característico era o bien seguir las baldosas de colores del patio, y luego cuando me mudé a un 2º piso, utilizar el borde de la alfombra del comedor como pista de carreras.

A principios de 1969, conocí a quien sería con el correr de los años uno de mis mejores amigos: Horacio. Además de ser compañero de escuela y de banco, éramos vecinos calle Avellaneda de por medio. Yo vivía en el Nº 924 y él en el Nº 925.

Si bien tanto Horacio como su hermano mayor Julio eran fanáticos del fútbol (e "hinchas" de San Lorenzo), más allá de las rivalidades debido a mi simpatía por Independiente (que luego también se convertiría en fanatismo), también compartíamos el placer por los autitos, en especial porque Horacio tenía una pista de Scalextric (que lujo...)

Recuerdo que con los ahorros que tenía me pude comprar un autito Scalextric, chasis de metal, ruedas de goma maciza que luego cambié por otras de goma espuma dura más anchas, y como carrocería elegí el auto que había sido campeón en 1968 en el T.C.: el recordado "Trueno Naranja" de Carlos Pairetti.

La carrocería ya venía pintada, pero los adhesivos había que colocarlos uno mismo. Se vendía la plancha con los adhesivos que correspondían al auto, y esta plancha se debía colocar en agua para ablandar los adhesivos, ya que no eran como las actuales stickers autoadhesivos.

Con Horacio, protagonizamos grandes carreras, las cuales algunas veces terminaban mal, ya que a ninguno nos gustaba perder.

En otras ocasiones, íbamos con nuestros autitos a correr a una pista profesional que estaba dentro de la Galería Astro, frente a la plazoleta Primera Junta, sobre la calle Rosario. Ahí había que esmerarse, ya que el motorcito Mabuchi desarrollaba su potencia, y había que saberlo llevar.

A mediados del año siguiente, se agregó a correr otro compañero de la escuela, y entonces decidimos crear un "equipo de carreras". En realidad, consistió en comprar 3 Porsche 917, réplica del que habían utilizado Brian Redman y David Piper en los 1000 Km de la Ciudad de Buenos Aires (sin puntaje) del año 1970.

Tal vez recordarán que se trataba de un chasis corto, de color blanco, con unas franjas curvas a modo de bigote sobre el capot.

Si bien ese auto no había sido ganador de dicha carrera, había dominado la misma hasta su abandono.

Muchos años después, me di el gusto de tener (perdón, le regalé a mi hijo mayor Gonzalo) una pista tipo Scalextric, con dos autitos de Fórmula 1, con puente y todo.

Si bien no es lo mismo, ya que todo viene armado, y no es mucho lo que uno puede manipular, de tanto en tanto nos entretenemos bastante, y nos la prestamos mutuamente.

Sin embargo, algo de artesanal también existió relacionado con los juegos que incluyeran autitos.

En la escuela, durante los recreos, además de jugar a las figuritas y a "la pelota", jugábamos a las carreras.

Estas carreras las hacíamos con unos autitos que una vez comprados, también sufrían una transformación muy importante.

Estos eran de material plástico blando, huecos, con ruedas de plástico anchas y piso totalmente cerrado, de unos 10/12 cm. de largo por 5/6 cm. de ancho.

La preparación consistía en abrirlos por el piso, rellenarlos totalmente de masilla o plastilina, para darle suficiente peso, y además reemplazar las ruedas delanteras por la curvatura de una cucharita, o directamente una bolita sobresaliendo del piso del autito (en mi caso siempre utilicé la bolita).

Para correr utilizábamos circuitos dibujados en el piso con tizas, los cuales incluían rectas y curvas varias, y donde la forma de avanzar era tirar a mano el autito, sin que se saliera fuera de la pista o volcara, ya que eso implicaba volver atrás.

Este juego prendió tanto entre los chicos, que recuerdo uno de mis maestros organizó una carrera con medalla de premio y todo.

Recuerdo que venía primero, y al hacer el último tiro quise asegurarme el triunfo, pero tuve la mala suerte de volcar. El que venía segundo, tenía la posibilidad de ser el ganador, pero se salió de la pista. Los que nos precedían, necesitaban más de un tiro para llegar a la meta.

Entonces, al tocarme nuevamente el turno de tirar, calculé cuidadosamente el nuevo tiro, y pude al fin ser el ganador de la carrera y por supuesto de la medalla (que aún conservo), la cual tiene grabado al dorso mi nombre, la fecha y la leyenda "1º Premio". El frente de la medalla es el relieve de una cupecita llegando victorioso a la meta.

Ah!, me olvidaba contarles que el auto ganador fue un Porsche 907 de Sport Prototipo (aquel de los guardabarros delanteros bien elevados siguiendo la línea de las ruedas) de color plateado.

Como verán, el tipo de juego cambió radicalmente, si bien también ligado a los autos.

En cuanto a los espectáculos relacionados con los autos, al menos para mí cambiaron por completo.

Durante esos años no tuve la oportunidad de asistir a competencias, o al menos verlos en vivo y en directo.

Solamente recuerdo 2 eventos que tuvieron a los autos como máxima y principal atracción.

Uno de ellos, fue el ir al viejo y tradicional Cine Ideal de la calle Suipacha, equipado con su tan promocionada "Pantalla Panorámica", a ver nada más y nada menos que la película Grand Prix, aquella protagonizada por Ives Montand, James Garner, Toshiro Mifune, entre otros, y dirigida por el maestro John Frankenheimer.

Realmente nunca olvidaré las imágenes con los coches viniendo casi encima de la butaca, en una película que realmente marcó un hito dentro del ámbito automovilístico (como simple ejemplo la banda de sonido fue inmortalizada en nuestro país por "Carburando").

Además se trataba de una película que, lejos de ser un documental, tenía una trama argumental, al mismo tiempo que recorría el calendario de la Fórmula 1 de aquellos años, y en donde se combinan imágenes de carreras reales con filmaciones propias sobre autos de Fórmula 3 adaptados.

De entre muchas imágenes inolvidables, tengo bien presente la escena de la Cena de Honor luego de finalizado el G.P. de Mónaco, en donde aparecen gran cantidad de pilotos de aquellos años, como Jim Clark, Joseph Siffert, Graham Hill, Joakim Bonnier, Jochen Rindt, Phil Hill, y hace una entrada triunfal al salón principal nuestro gran Juan Manuel Fangio.

De más está decir que años más tarde, la volví a ver en un cine de Flores que daba películas de aventuras, y por supuesto cada vez que me entero que la dan por televisión, no dejo de verla.

El otro evento, estuvo relacionado con las vacaciones de comienzos de 1971, en Mar del Plata.

En plena Avenida Colón, bien en la subida, Jorge Cupeiro había organizado una interesante exposición de autos de todo tipo denominada "Expo-Auto".

Recuerdo que fuimos a verla y al menos tuve la oportunidad de observar bien de cerca muchos autos de carrera de distintas categorías, antiguos, y algunos sport muy llamativos.

Esta presencia quedó inmortalizada para mí en la fotografía en la cual estoy sentado en el cockpit del Trueno Sprint Chevrolet de Mecánica Argentina Fórmula 1 del mismo Cupeiro, ganador de las 500 Millas de Rafaela del año anterior, y que repetiría ese mismo año, obteniendo además el Campeonato Argentino de la categoría.

Como verán, se trató de una "impasse" en todo lo relacionado a la actividad automovilística. Sin embargo, y como bien se narra en los capítulos siguientes, se trataba en realidad del prólogo de lo que sería un período de gran seguimiento e identificación con el mundo de los fierros.

 

 


 

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